" cinódromo: febrero 2013
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jueves, 21 de febrero de 2013

Brick/ Rian Johnson/ Estados Unidos 2005


Una peli con bastante buena crítica que tiene aciertos, pero también unos cuantos inconvenientes.
Es cine negro contextualizado en un instituto del Sur de California. Su guión es magnífico y no necesita explicar lo que ocurre con todos y cada uno de los personajes que hacen acto de aparición, cerrando propuestas que se abren según surgen los acontecimientos. La información que se ofrece del caso que investiga el protagonista, Brendan Frye, metido a ocasional detective por el asesinato de su exnovia (una chica a la que todavía quería metida en el mundo de las drogas), con la ayuda de su, posiblemente, único amigo, alguien de lo más gracioso y de una rareza entrañable, inteligente y que colabora muy bien con su ahora socio, es dada en pequeñas dosis y con su encanto de aspecto irreal, confuso en ocasiones, gris incluso; y todo con muy buena pinta teniendo en cuenta lo duro de la historia en el terreno de lo sentimental que experimenta Brendan.


El estilo visual es atractivo. A su cuidada puesta en escena y equilibrio narrativo se une un minimalismo sugerente e hipnótico que engancha. Aunque poco tenga que ver con David Lynch, en determinados momentos parece que estemos inmersos en algo así como Blue Velvet, pero sin su dimensión dramática ni esa atmósfera tan cargada de crueldad morbosa, aunque con un componente onírico que recuerda a la de Lynch. Una pena el tono que se le da. Para mi gusto ahí falla y por eso se distancia de entornos como los lynchianos. No me agrada el humor que ofrece en algo tan turbio con tanta dosis de tragedia, aunque a veces no lo parezca por dicho tono aligerado de emociones fuertes y amargas, además de ese humor un poco tontorrón que es como una mancha en tal contexto, un humor que no te lo crees del todo y te deja medio perplejo (esto, por supuesto, es muy subjetivo: para unos, como para mí, le puede parecer tonto un humor en tales circunstancias, y para otros, sin embargo, muy adecuado). Algunos personajes, además, que se mueven en el entorno de la droga son de coña y están ubicados en círculos, o ambientes, que les deberían venir grandes. 


 

lunes, 4 de febrero de 2013

12 monos/ Terry Gilliam/ Estados Unidos 1995



Viajes en el tiempo, sueños, locura y realidad, dudas que llevarán a un falso convencimiento para desechar lo terriblemente inevitable, melancolía nostálgica con final de abundante romanticismo. James Cole será uno de los elegidos para trasladarse al pasado como buen observador que es y conocer la causa que originó el Apocalipsis por el que la poca población salvada se ha visto obligada a refugiarse en las profundidades de la tierra para no ser aniquilada por un virus letal. Nuestro hombre tratará de cumplir la misión, no sin dificultades, para una reducción de la pena en su presente. La banda de los 12 monos es un objetivo al que seguir cuando se sospecha que es la responsable del atentado biológico. La banda estará presente en el pasado y en el futuro, como si de una premonición se tratara, una coincidencia con sorpresa final.

Cole, protagonizado por Bruce Willis, será tratado como un loco en su nuevo entorno y entrará en contacto casual con Jeffrey Goines, un anticonsumista que recuerda en buena medida a los antisistema de hoy en día y al personaje que interpretó años más tarde el mismo Brad Pitt en la película El club de la lucha. En Doce monos hará un papel para expandirse en todos los registros que tienen que ver con el exceso gestual, pero que, por su personalidad psicótico-espasmódica (éste sí), no desencajará en absoluto en dicho papel. La doctora Kathryn Railly (maravillosa Madeleine Stowe) sentirá interés por la historia de Cole por ser coherente dentro de lo que todos suponen es alguien con problemas mentales (ella dudará); ese hecho la descolocará. La fantástica huida de Cole del psiquiátrico no hará más que aumentar las dudas de la doctora. Ésta comenzará a creer seriamente que lo que contaba Cole era cierto.






Cuando Willis retiene, o secuestra de un modo no del todo intimidante, a la doctora y empiezan las pesquisas para conocer lo que originó el caos, la historia de amor cobrará protagonismo de un modo íntimo, tierno y trágico, con una tristeza e impotencia por lo que parece inevitable que harán que nos sintamos mal no sólo por el desastre general sino por el particular de la pareja protagonista recién enamorada, una pareja que ya tenía muy claros sus sentimientos y había decidido qué hacer y cómo continuar su vida en común de salir victoriosos de la amenaza. El homenaje a la película Vértigo es precioso y viene muy a cuento.



El guión de Doce monos es una maravilla y está basado en la peli (mediometraje) francesa La Jetée, del años 62. En el largo de Gilliam lo fantástico se refleja de un modo retro y es aceptado con agrado, convincentemente; le da un estilo a la peli personal y creíble, algo que caracteriza a Terry Gilliam: nada de sofisticaciones de estilo para recrear un mundo futuro influenciado por la moda más reciente. Se mezcla lo clásico y conocido, no vintage, con la extravagancia más personal del director para poder saborear un cocktail fascinante en su estética, una ficción que navega entre el cuento de hadas y el cómic más retro. En pocas palabras: una hermosa película que es como una montaña rusa de mucha adrenalina en lo emocional y en los planes que debe llevar a cabo el protagonista, un Bruce Willis enamorado y atormentado por un destino del que no puede escapar. Esa angustia del protagonista al creer que puede no tener éxito se une a unos sentimientos que puede que se acaben casi antes de haber comenzado, algo realmente triste, y más sabiendo de donde viene James Cole y todo lo que ha tenido que pasar. Cole llegará a autoconvencerse de que sí es un loco; en el psiquiátrico vivirá como el resto de enfermos y lo drogarán con todo tipo de pastillas, como al resto. De ser así, de ser un loco, la destrucción de la humanidad tal vez fuera producto de su mente divergente, algo inexistente, tan sólo en su cabeza; si fuese así el sufrimiento tal vez desaparecería. El complejo de Casandra será manifiesto y de él hablará la psiquiatra en una  de sus conferencias, como si hablase del mismo James Cole: Casandra estará condenada a conocer el futuro y a no ser creída cuando lo predecía; habrá en ella una agonía por conocer algo que no podrá evitar.
 

 



Encuadres en picados, primeros planos y sensación de distorsión que recuerdan tendencias expresionistas, alteración de la realidad y un pasado que es raro que no de nostalgia por la angustia que produce el no poder volver a vivirlo mientras somos conscientes de que llegamos al final, una nostalgia que es puro existencialismo de finitud. La espiral en la que se mete Cole es una especie de eterno retorno sin salida, en la que no puede cambiar el pasado lo suficiente como para ser feliz en el futuro en compañía de ELLA. Eso sí: ayudará a los científicos de su presente (¿serán los gobernadores del mundo después del suceso que los llevó a vivir bajo tierra, o estarán por encima los militares como suele pasar en estos casos? Aquí tengo mis dudas. Tal vez estén los dos gremios en tal posición privilegiada de dominio) a que puedan solucionar el problema que motivó la destrucción.