Me ha
gustado mucho la frescura con la que retrata Tony Richardson, representante de la que se dio en llamar corriente Free Cinema inglés, el mundo de la
juventud, la delincuencia, el futuro y la reinserción social.
Hay una
alegoría interesantísima en el título. La soledad del corredor de fondo es
correr sin una meta concreta, como dirán en el film, y eso podría estar
diciendo algo así como que uno vive la vida sin planes, dejándose llevar, sin
ataduras y responsabilidades que te anulen desde cualquier punto de vista : –
laboralmente, socialmente, institucionalmente –. Colin Smith es el protagonista que se siente así y que no tiene
ningún tipo de aspiración social que pase por lo que quieren los demás, ninguna
meta a la que llegar, ningún camino parecido al que recorrió su padre
tristemente (en su trabajo y con su mujer, la madre del chico), que lo deshumanice
y lo haga ser un infeliz en cualquiera de los trabajos en los que lo normal es
la explotación y las malas condiciones laborables, donde se consigue un poco de
dinero cuando ya has estirado la pata y la empresa te “agradece” los servicios
prestados.
Hay
paralelismos entre este film y La Naranja Mecánica en cuanto a la educación y la reinserción de
delincuentes, con diferentes tratamientos (en la Naranja Mecánica la
violencia será extrema, y la “curación” también), pero con un fondo común, y
tratando temas parecidos (la política conservadora y represora en muchos casos
también aparece en ambos films).
El
Estado y las instituciones que lo sustentan tienen una hoja de ruta para
reconducir a los que consideran una plaga, por lo menos así lo creen algunos de
los miembros responsables políticos que tienen el cometido de gestionar la
política penitenciaria e interior de la Gran
Gran Bretaña (no me he equivocado al repetir Gran). No se
mira tanto al individuo y sí mucho el engranaje social y lo establecido. Las instituciones no se preguntan tanto ni se preocupan de
las condiciones de esa juventud malparada, de sus vidas y de los problemas
familiares que puedan tener. En la película hay una especie de amago
terapéutico, bastante chistoso, al que quiere ser sometido Smith: un simulacro crítico con el reformatorio al que va a parar
el chico por el robo de un dinero en una panadería ayudado por su amigo de
correrías. En el centro hay cierta disciplina y la rebeldía de Smith no es tomada demasiado en serio
cuando el director sabe de las dotes como corredor del muchacho. Este hecho es
aprovechado por el director para su triunfo personal, para conseguir él, y su
institución, un prestigio que parece ser el único motivo por el que le mueve
ese interés y atenciones hacia la promesa atlética: una reinserción a la carta
interesada e hipócrita. Alguien podría pensar que así también se le está
ayudando al chico… pero es que resulta que el chico no quiere eso porque no
quiere ser dirigido y que se aprovechen de sus aptitudes. El director pretende
que la meta del chico sea alcanzada en primer lugar para su satisfacción.
Cuando ve las posibilidades lo ayuda con privilegios y atenciones que no son
muy bien vistas por algunos de los compañeros del reformatorio. Smith pasa por eso por su propia
comodidad y para no pasarlo mal allí dentro, y más con una actitud desafiante
que es reprochada al principio por el mismo director del reformatorio, para ver
qué puede salir de ahí; pero en el fondo Colin
aborrece que lo traten mejor que al resto por un interés egoísta, “patriotero”,
hipócrita. En el muchacho prevalece un sentimiento que podría tener algo que
ver con el anarquismo en cuanto a la negación de cualquier tipo de autoridad
que dirija su vida, y con el socialismo en lo que él considera clasismo por
poder económico. A Colin Smith lo
consideraría un anarquista en Espíritu, vital, y un socialista en lo que tiene
que ver con el pragmatismo político.
La libertad del chico será
experimentada de un modo intenso, sin importarle responsabilidades que lo hagan
agachar la cabeza, aunque en momentos concretos su madre le recuerde que tiene
que hacer algo de provecho. Su vida fuera del reformatorio, antes de su
encierro, que en la película se retrata con flashbacks integrados perfectamente
en la historia, de una fluidez digna de mención, maravillosa, trascurre entre
las salidas con su amigo y dos chicas con las que están saliendo ambos, y una
convivencia familiar en la que se dará perfecta cuenta de las miserias de la
vida que viven todos, aunque él se entretenga de una forma divertida y
descarada (el robar no le importará; mejor robar que trabajar y ser como el
padre – recién fallecido –) en compañía de su amigo y las dos chicas a las que
acaban de conocer, mujeres jóvenes, existencialmente desencantadas y con un
futuro más que dudoso en cuanto a su felicidad.
El tono de la película es
simpático, no así el fondo, más bien duro y dramático. Este hecho lo dará sobre
todo el que haya momentos de picaresca, muy vitales, en los que nos damos
cuenta de que los muchachos no son tan malos chicos, sólo producto de una
educación y de una situación que no les va del todo, y de la que se ríen
(momento en la que le quitan la voz de la televisión al político – creo que al
primer ministro británico – y éste parece más un payaso que otra cosa hablando
y gesticulando… y los tíos muriéndose de risa, mofándose de lo que representa
ese hombre y las mentiras que suelta sin disimulo, descaradamente…). La
relación que mantiene con las chicas (y su amigo) es natural, sana, típicamente
juvenil, emocionante y con una dosis de locura divertida, pero sin reacciones o
comportamientos salidos de madre o perniciosos. Hay buenos sentimientos,
tiernos (entre las dos parejas) y camaradería (entre Colin y su colega).
En definitiva: una maravillosa película
británica de los sesenta, muy recomendable y difícil de olvidar si se tiene la oportunidad de ver.