Gran
drama del director John Cassavetes protagonizado por Burt Lancaster en el papel de Doctor Matthew Clark, psiquiatra y director de
un centro infantil de discapacitados mentales, y Judy Garland interpretando a la profesora de música Jean Hansen, nueva empleada del centro
en una especie de periodo de pruebas en el que conocerá a un niño al que cogerá
especial cariño, Reuben (Bruce Ritchey).
La
rebeldía del niño y su tristeza motivada por el abandono de sus padres –llevan
años sin ir a verlo, pero él seguirá esperándolos incansablemente cada semana –
llamarán la atención de la nueva mujer contratada. Su falta de cariño
hará que Jean tome al niño como
protegido y lo cuide con una ternura sobrecogedora. Reuben llega al centro en unas circunstancias muy traumáticas no sólo
para él mismo sino para sus padres. Las ilusiones puestas por el padre, un
arquitecto acomodado, en su futuro, unido al enorme amor y sufrimiento que
padece la madre por su situación harán que un día cualquiera lo ingresen en el
centro para discapacitados psíquicos y decidan no volver a verlo, en palabras
de su madre: por su propio bien. La nueva empleada no entiende la decisión
tomada por los padres. En un intento de arreglar la situación hablará con Matthew Clark – Gran papel hecho, como
de costumbre, por Burt Lancaster –.
Éste intentará que Jean no se meta en
el asunto. Tratará de hacerle ver que para el chico lo mejor es que su madre no
lo vea.
Las diferentes formas de entender cómo llevar el caso de Reuben crearán un conflicto entre la
profesora de música y el director del centro. Ella se inclinará por una
permanente atención al niño, dándole todo el amor del que es capaz; él, sin
embargo, querrá ayudarlo de otro modo: desde la disciplina, pero sin excesos,
equilibradamente y enseñándole a arreglárselas por sí mismo dentro de las
posibilidades que tendría con su problema.
El filme de Cassavetes
es duro, pero sincero, y está contado con sensibilidad y ternura sin que llegue
en ningún caso a esa lágrima fácil a la que este tipo de películas se podría
prestar. Los tremendismos serán rechazados por un realismo en el que no dejará
de aparecer lirismo a toneladas. Creo ver en Ángeles sin paraíso una crítica a la forma que tenían algunos
padres (y aún hoy en día pueden ocurrir casos similares) de afrontar, aunque tuviesen una buena situación económica, el gran drama de unos hijos con
discapacidades que en ocasiones parecían querer ser escondidos de la sociedad
por una especie de vergüenza incomprensible. En este caso el padre lo ingresará
en el centro porque lo ve como un fracaso, incluso personal, al que hay que
mantener al margen, poco menos que esconder, para intentar olvidarlo… pero no
lo pueden hacer: olvidar a su hijo. La madre actúa por amor. Su decisión está
marcada por el gran amor que siente por el niño. Cree sinceramente que no verlo
le hará bien a la larga, piensa que es la mejor decisión, aunque el niño pueda
sufrir al principio – supongo que tendría claro que con el tiempo la situación
sería reversible para el bien del hijo –. El psiquiatra parece apoyar la
postura de la madre desde la razón, desde lo estrictamente terapéutico.
En la película de Cassavetes
también hay una crítica al sistema de apoyo y ayudas del Estado a las
instituciones que se encargan de la protección, enseñanza (dentro de lo
posible) y cuidado de los pacientes que son retratados en el filme. Hay una
escena reveladora en la que unos políticos de pacotilla, apoyados por un médico
también de pacotilla, y sin escrúpulos, hablarán con el psiquiatra para
intentar hacerle entrar en razón de que hay que recortar ayudas a los enfermos
porque son demasiado caros para la sostenibilidad del sistema…¿os suena de
algo? El director del centro, por supuesto, los pondrá en su sitio con
argumentos contundentes y les dirá que piensa de sus malditos recortes
sociales. El mensaje que me queda al contemplar la escena es que hay gente que
trabaja para unos pocos, el poder económico, y otros, el psiquiatra y su gente,
que lo hacen para hacer, o al menos intentarlo con principios, una sociedad más
justa y mejor.
El final personal del niño protagonista con su padre es
esperanzador. Este último parece haber entendido, y asumido, quien es su hijo y
cómo hay que quererlo. Hermoso final, en definitiva, para una película con
mucha sensibilidad y discurso reivindicativo, hermosa, pero con una historia
que no deja de entristecernos.
¿Temas que toca? La diferencia y el rechazo, la disciplina y
la educación para poder vivir con dignidad, la asistencia social en
enfermedades que incapacitan y las diferentes visiones ideológicas al respecto,
el amor frustrado y la sobreprotección de hijos indefensos tomados como
fracasos personales, y la renuncia a ellos por esa especie de maldición que les
ha caído encima por culpa de una sociedad exigente e inhospitalaria.