El popular grupo irlandés U2, cuya valoración musical voy a permitirme no exponer ahora mismo, hizo una canción, “Sunday Bloody Sunday”, allá por el año 1983 recordando el trágico suceso ocurrido en Derry (Bogside), Irlanda del norte, el 30 de enero de 1972
Los unionistas protestantes están en guerra, poco menos, con
la población católica que ve pisoteados sus derechos y consideran al inglés un
invasor de su tierra, Irlanda. El IRA es el
grupo armado que apoya a los católicos y pretende unir la isla de Irlanda. El
conflicto entre católicos y unionistas
es continuo y se alarga en el tiempo.
La película lleva la lucha desigual a una tensión que
estalla en un acontecimiento tristemente recordado por los católicos irlandeses
cuando, en una manifestación pro derechos civiles, se asesina impunemente a
catorce de los participantes que se querían dejar oír y hacer de sus
reivindicaciones su gran causa.
El escenario y la situación son perfectos para la represión
de la población católica, un ideal caldo de cultivo para el escarmiento. El
odio entre ambas poblaciones hará prender la chispa. Las provocaciones de los
unionistas no harán otra cosa que promover una reacción natural en forma de
estallido violento entre los católicos por la imposición que sienten, por las
intimidaciones. Los paracaidistas británicos que participan en la represión de
la manifestación, y que tienen la orden clara de detener a discreción a todos
los manifestantes de la marcha que puedan, haciendo del objetivo militar (y
político) un asunto de deplorable guerra sucia, se aprovecharán y darán rienda
suelta a su odio, al que sienten hacia los católicos y, sobre todo, hacia su
mayor enemigo que les viene causando demasiados problemas: el IRA.
Si bien es cierto que los británicos aprovechan el caldo de
cultivo que se da para cumplir sus objetivos y desahogarse con deshonra, no es
menos cierto que Paul Greengrass hace de la trama, de lo trágico de un momento histórico
complicado, otro perfecto contexto para desarrollar su estilo ágil y
contundente, cámara nerviosa que lo está por lo que ve (y siente): una fuerza
excesiva e injustificable por parte de los británicos. El director maneja con
pericia y excelente ritmo el gran número de personajes que salen en el filme y
tienen alguna relevancia (además de todos los extras que se mueven con la misma
credibilidad – realismo – que lo haría la gente de cualquier documental que
retratase sociedades urbanas, aquí con el añadido de la acción en,
prácticamente, un estado de guerra).
En resumen: gran película de Greengrass, ganadora en el año 2002 del Oso de Oro en el festival
de cine de Berlín (Berlinale), ex aequo con El viaje de Chihiro, contada de maravilla y que conmueve por la
injusticia que enseña, sin excesos ni efectismos a la que podría prestarse en
muchos de esos momentos que presenciamos llenos de rabia.